¿Cuántas veces has dicho o escuchado: “No tuve suerte”? Es una frase que usamos casi sin pensar. Nos sale sola, como un salvavidas emocional cuando las cosas no salen como esperábamos. Y en algunos casos, claro que sí, la vida nos pone ante situaciones que nadie habría podido evitar. Pérdidas, accidentes, enfermedades… Hay realidades que no se eligen, y en las que el dolor no tiene que explicarse.
Pero hay otras veces en las que la “mala suerte” es solo una forma de evitar mirar más profundo. Una excusa que suena bien, pero que nos desconecta de nuestra responsabilidad. Cuando todo lo atribuimos a la suerte, lo que estamos diciendo es: “Esto no depende de mí”. Y con eso, sin querer, nos estamos quitando poder.
¿Y si la suerte no existe como la imaginamos?
A veces vemos personas a las que “todo les va bien”. Pero si miramos con más atención, lo que hay detrás suele ser preparación, constancia y muchas veces también caídas, dudas y aprendizajes. Lo que llamamos “buena suerte” suele ser estar preparadas para aprovechar lo que aparece en el camino.
¿Cómo salimos de esa trampa sin caer en la autoexigencia?
Revisa qué parte fue tuya: ¿Qué dependía de ti? ¿Qué podrías hacer diferente la próxima vez?
Concéntrate en lo que sí puedes controlar: Tu actitud, tu preparación, tus decisiones.
Acoge lo que no salió bien: El “fracaso” no es el final. Es parte del proceso.
Y sobre todo, recuerda: no todo depende de ti, pero tú sí puedes decidir cómo caminar desde donde estás.
Como decía Séneca:
“La suerte es lo que ocurre cuando la preparación se encuentra con la oportunidad.”
Te propongo dejar de esperar a que la suerte cambie y empezar a cambiar nosotras … pero sin olvidar que a veces, simplemente, toca abrazar lo que llega y seguir avanzando.
Con gratitud,
Natalia P.V.