Hoy me siento como aquella mujer de una película cuyo nombre no recuerdo.
Esa en la que intentaba demostrar que no estaba loca, mientras todo su entorno —su pareja, su familia— insistía en encerrarla, en silenciarla, en hacerla pasar por algo que no era.
Por más que hablaba, razonaba, mostraba coherencia… nada valía. Nadie la escuchaba de verdad.
Y así me siento.
No se trata solo de un trabajo o un puesto.
Es la sensación de no ser vista.
De que da igual todo lo que has hecho, lo que puedes aportar, los caminos recorridos, las habilidades que desarrollaste, los proyectos que impulsaste… porque alguien ya ha decidido en qué casilla debes estar.
Y si lo cuestionas, molestas.
Pero lo cierto es que no estoy pidiendo un favor.
Estoy diciendo: “Estoy aquí. Esto es lo que sé hacer. Esto es lo que puedo aportar.”
Y duele cuando eso ni siquiera se considera.
Hoy lo comparto porque sé que no soy la única.
Porque muchas personas —especialmente mujeres— han sentido esto alguna vez:
tener que justificar lo evidente.
Gritar sin voz en entornos que no quieren escuchar.
No.
No estamos locas.
Solo estamos cansadas de ser invisibles en espacios donde podríamos brillar.
Natalia P.V.