Todo empezó con una llamada de teléfono en la que a mi madre le comunicaban que le subían el alquiler casi doscientos euros al mes. Para ella fue un golpe importante, porque es pensionista y siempre había pensado que se quedaría en ese piso hasta el final de sus días. De repente, esa idea desaparecía y aparecía una situación nueva que había que resolver.
A mí tampoco me sentó nada bien. Entiendo que se hable de zonas tensionadas, de límites y de normativas, pero cuando te toca de cerca, lo que aparece no es la teoría, sino la preocupación y el enfado. Y a partir de ahí, la realidad se impone.
Mi casa tiene dos habitaciones, así que mi madre no podía venir a vivir con nosotros allí. No había muchas vueltas que darle. Hablamos en familia y tomamos una decisión que no estaba en nuestros planes: cambiar de casa. Eso implicaba vender la nuestra y comprar otra, con todo lo que eso conlleva.
En medio de ese proceso también aparecieron situaciones curiosas. Una de las personas que vino a ver el piso estaba decidida a comprarlo, incluso llegó a ofrecer más dinero. Quedamos al día siguiente para avanzar y no apareció. En su lugar llegó un mensaje diciendo que, después de hablarlo con su pareja, les parecía caro y que, si no teníamos otra oferta, entonces sí les interesaría. Dos días después, el piso se vendió a otras personas.
Mientras tanto, todo lo demás seguía encajando. La venta, la compra y, casi sin buscarlo, el traslado a otra ciudad un poco más alejada, pero que nos gusta y nos encaja. Sabemos que este cambio va a afectar a muchas cosas: desplazamientos al trabajo, posibles cambios de actividades, rutinas nuevas. Pero también nos va a permitir vivir juntas y abrir una etapa distinta.
Con el paso de los días me he dado cuenta de que aquello que empezó como un problema fue, en realidad, el inicio de una cadena de decisiones. Y mientras una cosa se movía, la vida seguía con todo lo demás: un proyecto asociativo que echaba a andar, una comunidad de personas emprendedoras que seguía creciendo, responsabilidades que no se detienen porque haya cambios en casa.
Quizá la suerte no tenga tanto que ver con que todo salga bien, sino con la capacidad de seguir avanzando mientras todo se recoloca.
Seguimos desafiando la suerte.
Con gratitud,
Natalia P.V.







