No siempre duele por ausencia.
A veces duele por la forma en que está presente.
Porque hay personas que te quieren, sí…
pero te quieren a su manera.
Una manera que quizá no incluye palabras, ni gestos emocionales, ni llamadas espontáneas.
Una manera que da dinero, que hace favores, que cumple con lo práctico…
pero deja vacíos en lo afectivo.
Y entonces empieza la contradicción:
“No puedo decir que no me quiere, porque hace cosas por mí.”
“Sé que soy importante para él… pero no me lo dice nunca.”
“No me falta nada… pero me falta todo.”
Eso agota.
Porque una parte tuya quiere agradecer lo que hay.
Y otra parte grita por lo que falta.
No es que no te quiera.
Es que no sabe hacerlo de una forma que te haga bien.
Tal vez nunca aprendió.
Tal vez cree que cumplir con su parte práctica ya es suficiente.
Tal vez se protege emocionalmente desconectando.
Tal vez le cuesta empatizar.
O tal vez… simplemente no le sale.
Pero eso no significa que tú debas adaptarte a medias.
Porque amar no es solo quedarse.
Es cuidar.
Es escuchar.
Es tener en cuenta lo que el otro necesita, no solo lo que uno sabe dar.
Hay amores que son como abrigos de talla equivocada.
Son lindos, calientan… pero aprietan.
Y por más que una se esfuerce en que funcionen, siempre queda algo incómodo.
No por falta de amor, sino por falta de encaje.
No estás loca por sentirte sola aunque estés acompañada.
No estás mal por necesitar palabras, gestos, conexión emocional.
No estás exigiendo de más por querer una relación donde no haya que traducir todo el tiempo.
A veces se puede hablar, crecer juntas, cambiar dinámicas.
Y otras veces, toca aceptar que no todo amor es suficiente para construir una vida compartida.
Y eso también es amor propio:
Saber cuándo quedarse, cuándo pedir, y cuándo dejar de sostener sola una historia de dos.