A todos nos pasan en la vida cosas buenas y cosas menos buenas. Lo que es cierto es que lo que hacemos con ello es muy importante.
La vida está llena de matices: momentos felices y difíciles, alegrías y decepciones. Y aunque no siempre podemos controlar lo que sucede, sí podemos decidir cómo reaccionamos ante ello. Aquí es donde la resiliencia se convierte en una gran aliada.
Obviamente, la situación socioeconómica influye mucho en la vida de las personas. Hay quienes, por circunstancias externas, como la pobreza, la falta de oportunidades , las desigualdades, por un problema de salud, por discriminación etc enfrentan más obstáculos que otros. Estas realidades no pueden ignorarse: la resiliencia no significa negar las injusticias o culpar a la persona por sus dificultades. Al contrario, es reconocerlas, validarlas y desde ahí, encontrar pequeñas chispas de fuerza que permitan resistir, adaptarse y seguir adelante.
Lo importante no es mantenerse siempre a flote o de pie frente a las dificultades, sino volverse a levantar y lograr sacar un aprendizaje de esos momentos complicados. Es en esos momentos, cuando el suelo parece tambalearse bajo nuestros pies, que la resiliencia puede darnos un punto de apoyo para reconstruirnos.
A veces, la resiliencia es tan sencilla como aceptar que hoy no podemos con todo, pero mañana lo volveremos a intentar. O como encontrar consuelo en un abrazo, en la música que nos acompaña o en un paseo por la naturaleza que nos devuelve la calma. Otras veces, significa pedir ayuda, algo que requiere valentía y humildad.
Ejemplos cotidianos de resiliencia:
Una mujer que, tras años dedicados a su familia, decide priorizarse y retomar un sueño que había dejado de lado.
Un hombre que pierde su empleo, pero encuentra en su red de amistades el apoyo necesario para no perder la esperanza.
Una persona que, tras una enfermedad o un accidente, reconstruye su autoestima y encuentra nuevas formas de disfrutar la vida.
Un joven que crece en un entorno hostil, pero encuentra en el deporte, el arte o la solidaridad comunitaria un lugar donde brillar.
Para mí, la resiliencia no es solo una palabra bonita: es una forma de vivir y de relacionarme con lo que me pasa. He aprendido que la resiliencia no siempre se siente como fuerza; a veces es más bien ternura hacia mí misma, paciencia con mis tiempos, o la decisión de no soltar mis sueños, aunque parezcan lejanos.
He descubierto que la resiliencia también es darme permiso para sentir dolor sin juzgarme, reconocer mis límites y, a la vez, abrirme a la posibilidad de seguir creciendo. Y que, cuando confío en que llegarán momentos mejores, esa fe me sostiene.
Cultivar la resiliencia implica:
Aceptar nuestras emociones, sin miedo ni vergüenza.
Recordar que no siempre tenemos que poder solas o solos.
Reconocer que pedir ayuda es una muestra de fortaleza.
Confiar en nuestra capacidad para reconstruirnos, aunque no sepamos exactamente cómo.
Te animo a reflexionar sobre tus propias fuentes de fuerza y a recordar que cada pequeño paso cuenta. Porque la resiliencia no se trata de ser invencibles, sino de creer que, a pesar de las heridas, seguimos siendo capaces de amar, de soñar y de seguir adelante. Eso, para mí, es el verdadero poder de la resiliencia.
Mari Mar Gómez
Integradora social coach y docente.